Varios de mis libros preferidos, libros que leí en mi infancia o adolescencia, están agotados, y probablemente hasta descatalogados, o sin visos de reedición en un futuro no muy lejano. Me apena pensar lo que se pierden muchas personas a quienes les gustarían, pero no los leerán.

Y me he acordado de un artículo de 2007 que me encontré el otro día, breve pero curioso, en el que el autor establecía un paralelismo entre la vida de las personas y la de los libros. Decía que reeditar un libro es como devolverlo a la vida, y yo me encontré preguntándome por qué, en la era digital en la que estamos, no se reeditan al menos los libros descatalogados en formato e-book.

A la editorial no sólo no le costaría nada —ni gastos de impresión, ni de almacenamiento, ni de distribución, ni de promoción—, sino que además le reportaría beneficios. Si son libros que la editorial no se plantea volver a publicar en papel, ¿por qué no darles una oportunidad en esa otra vida digital, en vez de condenarlos al limbo?

Hay libros que no deberían dejar de reeditarse porque pueden hacer mucho bien, porque tienen mucho que decir y que enseñar, mucho que compartir con nosotros, y silenciarlos en vez de seguir difundiéndolos es como sumir en la oscuridad lugares que antes inundaba la luz.