El dragón de Jano [Hanno malt sich einen Drachen] (1978), ediciones SM
Autor: Irina Korschunow; traductora: Carmen Bas; ilustrador: Jesús Gabán
ISBN: 978-84-348-2205-9 || Edad recomendada: a partir de 7 años
Encuéntralo en tu librería más próxima
Sinopsis: Jano no quiere ir al colegio. No tiene amigos, uno de los niños de su clase se mete con él porque está gordo, y acaba por creer que no vale nada.  Se siente acomplejado, solo, tonto e inútil.  Pero un día ocurre algo inesperado cuando se sienta en un parque y empieza a dibujar con una ramita en el suelo: sus garabatos cobran vida y aparece un pequeño y simpático dragón que se convertirá en su amigo y lo empujará a superar sus límites. 

«El dragón de Jano» trata un tema esencial en el desarrollo infantil: la autoestima, la confianza en uno mismo. Cuando somos niños no disponemos de los mecanismos necesarios para defender nuestra individualidad, y a veces la falta de autoestima puede llevarnos a callar, agachar la cabeza y creer que no valemos para nada.

Ése es el problema de Jano, que se ve incapaz de enfrentarse a Ludwig, un bravucón de su clase que lo ha convertido en el objeto de sus burlas porque está gordo.

Jano pierde las ganas de hacer cosas, de aprender, y va al colegio triste y desanimado. Pero todo cambia cuando una tarde, de vuelta a casa, se sienta en un parque, se pone a hacer garabatos en la arena con un palo y, para su sorpresa, su dibujo se convierte en un pequeño dragón, un dragón de verdad que se mueve y habla.

El dragoncito viene a ser una especie de hada madrina para Jano, pero no soluciona sus problemas por arte de magia, sino que lo empuja, con su curiosidad, a demostrarse que puede hacer las cosas de las que se creía incapaz, y le hace ver que no debe dar por válido lo que otros piensen de él.

Es una historia sencilla, con la estructura de repetición de los cuentos tradicionales que tan bien funciona con los niños y tanto les gusta: el dragoncito descubre, una tras otra,  cosas que despiertan su curiosidad (leer, escribir, trepar a un árbol…) y, pese a la negativa inicial de Jano a enseñarle —pues está convencido de que esas cosas no se le dan bien—, el dragón insiste hasta que cede, y el niño acaba dominándolas a fuerza de practicarlas —divirtiéndose además—, y va ganando confianza en sí mismo.

El dragoncito es tan tierno, animoso y simpático, que te hace desear que uno hubiera aparecido también en tu camino de niño. ¡Cuántos bien le haría a muchos niños un amigo así, que les dé confianza en sí mismos! Y, aunque hay quien prefiere los libros sin ilustraciones para imaginarse todo a su gusto, yo no podría imaginarme este libro sin las ilustraciones de Jesús Gabán, sobre todo sin la de la contraportada de la edición antigua (ésta que pongo a la derecha). ¿A que mirándola te entran ganas de tener por mascota a un dragón? 😉